Un Pacto de Por Vida Entre el Hombre y la Mujer
Mas al Principio no Fue Así

Mas al Principio no Fue Así

En el capítulo 19 de Mateo encontramos el relato de Jesús yendo a la costa de Judea, y grandes multitudes le seguían. Los Fariseos también fueron, pero, a diferencia de las multitudes, no fueron a escuchar a Jesús enseñar ni a que los sanara de sus enfermedades. Habían ido para tentar a Jesús con esta pregunta: “¿Es lícito al hombre repudiar á su mujer por cualquiera causa?” (v. 3). Jesús les respondió diciendo, “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y mujer los hizo, Y dijo: Por tanto, el hombre dejará padre y madre, y se unirá á su mujer, y serán dos en una carne? Así que, no son ya más dos, sino una carne. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre. Dícenle: ¿Por qué, pues, Moisés mandó dar carta de divorcio, y repudiarla? Díceles: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar á vuestras mujeres; mas al principio no fué así” (v. 4-8). 

La ​​respuesta de Jesucristo es muy clara para cualquiera que pregunte si es lícito repudiar a su esposa o esposo. Combine su declaración con otras porciones de las Escrituras, como Éxodo 20:14; Mateo 5:32; Marcos 10:11, 12; y Lucas 16:18, que hablan en contra del divorcio y las nupcias del recasamiento que constituyen el pecado de adulterio, y Mateo 19:9; 1 Corintios 6:9; y 1 Corintios 7:2, donde aborda y repudia las uniones ilícitas de fornicación. Estos versículos de la Biblia reflejan la doctrina establecida de la enseñanza de La Iglesia de Dios con respecto al matrimonio bíblico de un hombre con una mujer para toda la vida. 

“Mas al principio no fué así”, son las palabras de Jesús, y dicen mucho cuando consideramos cuánto se ha alejado el hombre de la voluntad de Dios con respecto a la primera institución divina que Dios estableció al principio de la creación. Es una clara declaración del plano establecido y diseñado por Dios para el matrimonio entre personas del sexo opuesto en la época del Génesis, durante el tiempo de Cristo sobre la tierra y ahora 2,000 años después, no ha cambiado. Este fue y sigue siendo el plan de Dios para cualquier hombre o mujer que desee vivir según el estándar bíblico de un matrimonio bendecido y exitoso a los ojos de Dios. 

Cristo respondió a la pregunta de los Fariseos e incluyó que Dios “…al principio, varón y mujer los hizo” (v. 4), y luego continuó diciendo: “…por tanto, el hombre dejará padre y madre, y se unirá á su mujer…” (v. 5). Jesús citó Génesis 2:24: “Por tanto, dejará el hombre á su padre y á su madre, y allegarse ha a su mujer, y serán una sola carne”. Génesis 1:26, 27 reitera que Dios creó la raza humana y a cada ser humano se le asignó un sexo específico, del cual solo hay dos géneros: masculino y femenino. A los ojos de Dios no existen sexos neutrales, sexos preferidos ni sexos intermedios. El hombre no tiene derecho ni autoridad para elegir ser diferente al diseño de Dios, pues la Biblia enseña que Él creó al hombre a Su imagen y semejanza. No debe considerarse mera coincidencia que Jesús mencionó que Dios creó al hombre masculino y a la mujer femenina al principio y luego continua la conversación para señalar que el hombre dejará a sus padres o se separará de ellos para unirse a su contraparte femenina: su esposa. Como todo lo que es agradable al paladar, lo que se consume debe tener los ingredientes apropiados y la cantidad adecuada de estos ingredientes debe ser incluido. Un buen matrimonio al igual, que es deleite a los ojos de Dios y que desprende un aroma fragante, tiene dos ingredientes principales-masculino y femenino- y la cantidad adecuada es uno de cada uno. 

Cuando Dios miró toda Su creación, vio que era bueno, excepto una cosa: “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; haréle ayuda idónea para él” (Gn. 2:18). Adán fue creado como un hombre perfecto física y espiritualmente. Adán era completo y no había nada que Dios haya olvidado darle o colocar en él para habilitarlo a hacer todo lo que el Señor propuso para su vida. Dios lo creó con todas sus habilidades, fortalezas, debilidades y toda su capacidad mental de razonamiento y memoria. Dios no dijo que el hombre no era bueno, sino más bien, el que él estuviera solo “no es bueno”. De todas las cosas que había creado —los ganados, las aves del cielo y las bestias del campo— “no halló ayuda que estuviese idónea para él” (Gn. 2:20). Si Dios hubiera pensado que una “ayuda idónea” – o una ayuda adecuada – significaba crear a otro hombre para que fuera compañero de Adán, Él lo habría hecho de esa manera, pero Dios estableció un patrón que debe seguirse y obedecerse en la relación matrimonial, y no se trata de dos hombres ni dos mujeres. Algunos, del sexo opuesto, podrían argumentar que cuando Dios terminó la creación de Adán, dio un paso atrás, se rascó la cabeza y dijo: “Puedo hacer mejor que esto”, y así creó a Eva. Es una forma humorística de verlo, pero la verdad es que Dios no se equivocó al crear a Adán ni a Eva. La mujer no fue creada para hacer todo lo que un hombre podía hacer, sino, de hecho, para hacer todo lo que el hombre no puede hacer; ahí reside su fuerza, belleza y necesidad. El hombre y la mujer se necesitaban mutuamente para crecer juntos y comprender la unidad de pensamiento, armonía interpersonal, estilos de socialización y la importancia de construir una relación que apunta hacia ese fundamento eterno de amor mutuo. 

 Llamar a un árbol manzano no lo convierte en árbol de manzano, pero ese árbol debe tener las características y el fruto para ser verdaderamente un manzano. De la misma manera, llamar a algo matrimonio no lo convierte en matrimonio. Bíblica y tradicionalmente, el matrimonio siempre ha sido un pacto entre un hombre y una mujer. La unión entre dos hombres o dos mujeres niega las diferencias obvias —biológicas, fisiológicas y psicológicas— entre hombres y mujeres. De nuevo, Dios no se equivocó al crear a Adán y Eva, pues en su relación matrimonial esas diferencias se complementan. El movimiento homosexual, o movimiento del mismo sexo, es un movimiento social de abierta rebelión contra el orden divino de Dios. Es una manifestación pecaminosa de quienes viven una vida alejada de Dios y de Su amor. A pesar de esto, Dios ama a todos los pecadores incondicionalmente y, en Su gran amor, está dispuesto a perdonar y lavar sus pecados, y salvar la vida de aquel pecador que vive este estilo de vida si se arrepiente, se humilla y busca a su Creador y Redentor. 

Una de las primeras cosas que Dios le ordenó a esta recién establecida institución del matrimonio fue: “Fructificad y multiplicad, y henchid la tierra” (Gn. 1:28). Este aspecto fundamental del matrimonio, por supuesto, no puede cumplirse en las uniones entre personas del mismo sexo, ya que la fertilidad no es un cumplimiento natural de su relación. Por otro lado, el matrimonio según el plano de Dios, por diseño divino, se estableció teniendo en mente la procreación de hijos y la unidad y el bienestar de los cónyuges. Dios da al esposo y a la esposa la oportunidad de participar de Su poder creador mediante el acto de dar a luz. La procreación es una creación conjunta, producto del amor incondicional entre una pareja (hombre y mujer) unida en santo matrimonio. La tendencia natural del matrimonio es tener hijos y formar una familia. Digo “tendencia natural” reconociendo la existencia de parejas del sexo opuesto infértiles que no pueden concebir de forma natural por razones que solo Dios conoce. Al mismo tiempo, reconozco que el archienemigo de Dios siempre se ha opuesto directamente a todos Sus mandamientos, y en este caso el mandamiento es: “Fructificad, multiplicaos y llenad la tierra”. 

Aun así, Dios considera las uniones entre personas del mismo sexo una abominación, y en Levítico 20:13 leemos: “Y cualquiera que tuviere ayuntamiento con varón como con mujer, abominación hicieron: ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre”. Este acto del hombre acostarse con hombre y mujeres con mujeres es detestado y aborrecido por Dios, es confusión moral, de ética, y es maldad. Fue por esta misma razón que Dios le informó a Moisés y ordenó a los hijos de Israel: “Y no andéis en las prácticas de la gente que yo echaré de delante de vosotros; porque ellos hicieron todas estas cosas, y los tuve en abominación” (Lv. 20:23). Dios se entristeció y se sintió turbado por los actos abominables llevados a cabo en las naciones del mundo, y Él destruyó a aquellas naciones con sus habitantes que practicaban tales cosas. 

Las uniones entre personas del mismo sexo se oponen directamente a Dios, y por esta razón Dios hizo llover “sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos; y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los moradores de aquellas ciudades, y el fruto de la tierra” (Gn. 19:24, 25). No solo las destruyó, sino que Dios borró a las dos ciudades de la faz de la tierra debido a su pecado de homosexualidad. Las uniones entre personas del mismo sexo nunca fueron la intención de Dios y frustran la ley natural. Pablo mencionó la ley natural en Romanos 2:14-15 y habla de los gentiles que no tenían la ley de Dios, pero “…naturalmente haciendo lo que es de la ley…”. “Mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio juntamente sus conciencias…”. 

Dios escribió en cada hombre una ley y le dio a cada uno conciencia, y por el razonamiento natural del hombre puede entender lo que es moralmente bueno o malo. La Biblia nos dice en Romanos 1:24-28: “Por lo cual, también Dios los entregó a inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de suerte que contaminaron su cuerpo entre sí mismos: Los cuales mudaron la verdad de Dios en mentira, honrando y sirviendo a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Por esto Dios los entregó á afectos vergonzosos; pues aun sus mujeres mudaron el natural uso en el uso que es contra naturaleza. Y del mismo modo también los hombres, dejando el uso natural de las mujeres, se encendieron en sus concupiscencias los unos con los otros, cometiendo cosas nefandas hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la recompensa que convino a su extravío. Y como a ellos no les pareció tener a Dios en su noticia, Dios los entregó a una mente depravada, para hacer lo que no conviene”. Cuando el hombre se empeña en ignorar el plan de Dios y no reconocerlo, la Biblia afirma que Él le permite a esa persona conducirse por su propio camino, que solo lleva a la impureza y la deshonra. Los hombres abandonan e intentan cambiar la verdad de Dios establecida desde el principio, y son entregados a pasiones viles. Según las Escrituras, las mujeres con mujeres y los hombres con hombres “es contra naturaleza” y un “extravío”, y hay una recompensa que se recibirá por ello, y dicha recompensa será la que les espera a todos los que viven impíamente en este mundo.  

Cuando los Fariseos se acercaron a Jesús para plantearle su pregunta, el hombre ya había tomado la libertad de intentar reescribir la ley de Dios. Los hombres, en todas partes, pueden escribir y reescribir las leyes terrenales todo el día, pero hay una ley escrita y establecida desde mucho tiempo atrás que ni los martillos, cinceles, ni el papel ni la tinta del mundo podrán cambiar ni reescribir, y esa, mi querido amigo, es la ley de Dios, establecida para siempre en el cielo. Si fuera posible para el hombre extender su brazo desde la tierra y alcanzar hasta el cielo, donde la Palabra de Dios está establecida para siempre, y tomar el libro de Dios donde Su Palabra ha sido grabada en las páginas de la eternidad, entonces sería posible para el hombre cambiar la ley de Dios por la cual seremos juzgados. Querido lector, ¡es imposible! 

Hoy en día, los hombres reescriben las leyes a su conveniencia y según su concupiscencia. Dan nuevas definiciones a palabras que apaciguan y tranquilizan su propia conciencia o la conciencia de la multitud que quiere vivir según sus apetitos carnales. Dado que Dios estableció y ordenó el matrimonio, debe entenderse que no fue creado por el estado; por lo tanto, el hombre no tiene autoridad para redefinirlo. Mucha gente comete el error de creer que si el hombre dice que está bien, entonces debe estar bien para Dios. Vivir con esa mentalidad sin duda nos llevará por el camino que “… parece derecho; empero su fin es camino de muerte” (Pr. 14:12). Debe, primero que nada, ser aprobado por Dios y luego aceptado y obedecido por el hombre.