El llamado de Dios a honrar un compromiso de por vida.
Matrimonio: Establecido en el Cielo

El estado de la sociedad está empeorando, volviéndose más malvado y perverso con cada momento que pasa, y con esto viene un desafío para La Iglesia de Dios para mantenerse firme en la doctrina y la fe de nuestro Señor. “¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No erréis, que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, Ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los robadores, heredarán el reino de Dios” (1 Co. 6:9, 10). “Cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado, porque su simiente está en él; y no puede pecar …” (1 Jn. 3:9).
Nuestra 29ª Verdad Bíblica Prominente de la Iglesia dice: “El divorcio y el recasamiento constituyen el pecado de adulterio. Las únicas causas permisibles para el recasamiento son la fornicación y la muerte. Sin embargo, la fornicación no es infidelidad o simplemente adulterio; sino el estado de estar casado con la esposa o el esposo de otra persona. Mateo 5:32, 14:3, 19:3-12; Marcos 10:12; Lucas 16:18; Romanos 7:2,3; 1 Corintios 5:1-5, 13; 6:9, 13, 16-18; 7:2, 10, 11; Hechos 15:28, 29; Apocalipsis 2:20-22”.
La Palabra de Dios es clara sobre el tema del divorcio y el recasamiento. No podemos dejarnos engañar por la popular “teología” de nuestros días. La Biblia registra que Juan el Bautista le predicó a Herodes sobre el tema del divorcio y el recasamiento en Mateo 14:3, 4, “Porque Juan le decía: No te es lícito tenerla… mujer de Felipe su hermano” (v. 4). Felipe se había divorciado de su esposa Herodías y Herodes la había tomado por esposa. Vemos la respuesta de Herodes, y el resultado final de su mensaje fue que Juan perdió la cabeza. Él no murió en vano, ni Dios ha cambiado de opinión sobre esta doctrina. Juan el Bautista predicó la verdad y murió porque no se comprometió. ¡Debe edificar nuestra fe y determinación el saber que estamos elevando ese mismo mensaje y estándar hoy!
Con la promoción mundial de la lujuria y el yo, y con el colapso de la sociedad y la moral, la infidelidad matrimonial ha sido un problema creciente que continúa intensificándose. Las Escrituras afirman que aun si un hombre está casado con una ramera, la más infiel de las mujeres, todavía está atado a ella en una relación de una sola carne de por vida. “¿O no sabéis que el que se junta con una ramera, es hecho con ella un cuerpo? porque serán, dice, los dos en una carne” (1 Co. 6:16). La Palabra de Dios tiene más instrucciones para nosotros con respecto al matrimonio. “Mas á los que están juntos en matrimonio, denuncio, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se aparte del marido; Y si se apartare, que se quede sin casar, ó reconcíliese con su marido; y que el marido no despida á su mujer” (1 Co. 7:10, 11). Así que la Biblia enseña claramente que no debemos apartarnos ni repudiar a nuestro cónyuge. Si se apartan, deben permanecer solos o buscar reconciliarse entre sí. La Biblia continúa definiendo el pecado cometido al casarse con otro. “Cualquiera que repudia á su mujer, y se casa con otra, adultera: y el que se casa con la repudiada del marido, adultera” (Lc. 16:18). “Y si la mujer repudiare á su marido y se casare con otro, comete adulterio” (Mr. 10:12).
Como dijo nuestro Pasado Supervisor General, el hermano Pruitt: “La muerte es el único acto que libera a uno de ese vínculo divino” (Mensajero Ala Blanca 14 de mayo de 1977). La Escritura dice en Romanos 7:2: “Porque la mujer que está sujeta á marido, mientras el marido vive está obligada á la ley; mas muerto el marido, libre es de la ley del marido”. Entonces, estamos obligados a nuestro esposo o esposa mientras él o ella vive, lo cual está en armonía con el pacto matrimonial. La Biblia continúa diciendo: “La mujer casada está atada á la ley, mientras vive su marido; mas si su marido muriere, libre es: cásese con quien quisiere, con tal que sea en el Señor” (1 Co. 7:39).
Además de lo anterior, “fuera de causa de fornicación” también está bien definido en las Escrituras. Sabemos que la fornicación no es infidelidad marital o adulterio porque las Escrituras ya citadas dicen que aun si uno se une a una ramera, sigue siendo una sola carne. Jesús también dijo en Mateo 5:27, 28: “Oísteis que fué dicho: No adulterarás: Mas yo os digo, que cualquiera que mira á una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”. Además, las escrituras antes mencionadas establecen claramente que si uno deja a su cónyuge legal y luego se casa con otro, es adulterio. Así pues, la infidelidad o la lujuria sexual no es fornicación, sino adulterio. Muchos quieren o intentan crear una escapatoria para salir de un matrimonio fallido, y fabrican una definición retorcida de fornicación para hacerlo. La Escritura dice: “Mas yo os digo, que el que repudiare á su mujer, fuera de causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casare con la repudiada, comete adulterio” (Mt. 5:32). Pablo aclaró el término fornicación en 1 Corintios 7:2 cuando dijo: “Mas á causa de las fornicaciones, cada uno tenga su mujer, y cada una tenga su marido”. ¡Tenga el suyo, no el de otra persona! Si alguien que nunca se ha casado antes, se casa con una persona divorciada, entonces se ha unido a un cónyuge que pertenece a otra persona (ya que la persona divorciada sigue siendo una sola carne con su primer compañero de matrimonio). ¡Este matrimonio no es reconocido por Dios porque dice muy claramente que debemos tener “nuestro” esposo o esposa! El fornicario bajo estas circunstancias tiene que dejar esa relación pecaminosa y, si así lo desea, casarse con alguien que no haya estado casado antes, por lo tanto “fuera de causa de fornicación”. (En este ejemplo: el que nunca se ha casado antes es el fornicario y el que está casado es un adúltero, como se define en las escrituras anteriores).
Jesús fue interrogado por los fariseos sobre la doctrina del divorcio y el recasamiento. Ellos le dijeron que Moisés había dado cartas de divorcios. Jesús les explicó que ningún hombre tenía la autoridad para disolver la unión marital. Él dijo en Mateo 19:6 que: “… por tanto, lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre”. Y Jesús les dijo: “Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar á vuestras mujeres: mas al principio no fué así” (Mt. 19:8). Moisés hizo esto debido a la dureza de los corazones del pueblo hacia Dios, ¡pero Jesús dijo que desde el principio no fue así! Entonces, ¿cuál fue el comienzo de la relación matrimonial establecida por Dios? En la creación, Adán dijo: “Esto es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne: ésta será llamada Varona, porque del varón fué tomada”. El siguiente versículo dice: “Por tanto, dejará el hombre á su padre y á su madre, y allegarse ha á su mujer, y serán una sola carne” (Gn. 2:23, 24). Así es como Dios lo quiso desde el principio: un hombre para una mujer, para toda la vida, y Dios tiene a esa persona especialmente hecha para usted. Los hombres y sus malos caminos han tratado de pervertir el matrimonio y la institución divina de Dios. La perversión no se ha detenido allí en nuestro mundo, sino que se ha vuelto extremadamente pecaminosa al aceptarlo y han abrazado las relaciones adúlteras, la homosexualidad y otras uniones no bíblicas o cohabitaciones “vividas”.
Simplemente no hay escapatoria, como los hombres han tratado de crear mientras buscan una salida a un matrimonio fallido en vez de invertir y trabajar en su matrimonio para tener éxito. Vivimos en una sociedad en la que, cuando las cosas no son fáciles, la gente se rinde o cuando algo se rompe lo desechan en lugar de arreglarlo. A la luz de las Escrituras, esta mentalidad no puede aplicarse al matrimonio. Si un matrimonio ha fracasado, debemos orar por nuestro cónyuge e intentar reconciliarnos con él/ella como se indica claramente en 1 Corintios 7:10, 11, y si estamos separados, no debemos casarnos con otra persona. Quizás el mayor énfasis debería hacerse antes del “Sí, acepto”, como se relaciona nuestro “Consejo a los miembros”, o dentro de las primeras coyunturas de un matrimonio para trabajar en las cosas antes de que lleguen a este punto. En cualquier etapa, recordemos los claros mandamientos de la Palabra de Dios, sabiendo que las excusas que el hombre intenta fabricar solo conducirán a la destrucción física, espiritual y eterna. “… He aquí muerto eres á causa de la mujer que has tomado, la cual es casada con marido” (Gn. 20:3). La felicidad temporal de uno no es más importante que la Biblia o la eternidad. Dios es capaz de “descifrar” las decisiones pecaminosas que una persona ha tomado para revolver sus propias vidas. Él tiene compasión y amor por los sentimientos de las personas, su soledad y dolor y ha dado mucha fuerza a quienes enfrentan tales circunstancias. Él puede restaurar matrimonios y salvar familias y hacer de ello un hermoso testimonio de Su poder cuando procuramos hacer las cosas a Su manera. La Palabra de Dios no cambia por nosotros. Debemos cambiar y conformarnos a la Palabra o enfrentar las consecuencias. Aquel que es perdonado del pecado se convierte en una nueva criatura en Cristo, dando fruto y guardando Sus mandamientos. Del pecado, incluido el adulterio, la Palabra declara que no “vivirán más en el pecado” (Romanos 6:2).















