No lo Aparte el Hombre
Divorcio, Adulterio y Fornicación

Divorcio, Adulterio y Fornicación

Hay una catástrofe humana en curso que está teniendo efectos tan devastadores y que amenaza con destruir una de las instituciones más antiguas de la humanidad. Es tanto social como espiritual y natural, y eventualmente afecta a casi todas las facetas de la vida humana. No sólo aquellos directamente involucrados se ven afectados, sino también quienes están cercanamente asociados con ellos sienten el dolor y la agonía de esta tragedia humana.  

Es tanta la infracción de la perfecta voluntad y propósito de Dios para la humanidad que las calamidades, tanto naturales como espirituales, resultantes están surgiendo a la superficie para exponer el pudrimiento del núcleo de la sociedad humana.  

La calamidad a la que se refiere esto es la cantidad de separaciones matrimoniales, divorcios y recasamientos barriendo por el mundo como una epidemia que ataca a todos en su camino. Esta catástrofe debe reconocerse por lo que es: un instrumento del mismo diablo para atrapar, enredar y arrastrar a personas incautas y espiritualmente ciegas a una situación de la que es casi imposible salir, y que conducirá a la destrucción eterna. La carnada de esta trampa es tentadora y atractiva; que aun siendo atrapado en esta condición suele ser tan placentero y gratificante que uno no se da cuenta que está atrapado hasta que llega el momento de rendir cuentas a Dios. En ese momento, la persona se da cuenta que está completamente atada y que tan trágicas consecuencias existen para sí mismo y sus seres queridos.  

El diablo hace que el divorcio parezca la única alternativa a un matrimonio difícil y poco gratificante. El razonamiento profesional aplicado a esta situación parece tan creíble que quienes desconocen las leyes de Dios que gobiernan la relación matrimonial, fácilmente aceptan esto como una solución válida a su dilema. Sin embargo, al final, usted no será responsable al sociólogo, al consejero matrimonial, ni siquiera a su ministro, por su decisión en el asunto. Eventualmente, usted se enfrentará con Dios Todopoderoso, el Creador y Rey del universo, por lo que usted hizo sobre el estandarte de vida y conducta de Él.  

Matrimonio: No lo Aparte el Hombre 

La primera institución divinamente sancionada y reconocida por Dios fue el matrimonio. Después que Dios hubiera creado al hombre a su imagen, declaró que no era bueno que él estuviera solo. Luego, hizo que Adán cayera en un sueño profundo. Tomando una costilla de su costado, creó a la mujer.  

Al presentar a la mujer, Adán declaró: “…Esto es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne” (Gn. 2:23). Además, se declara: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y allegarse ha a su mujer, y serán una sola carne” (Gn. 2:24). 

La ​​institución del matrimonio, cuando es realizada por la autoridad apropiada, es divinamente sancionada por Dios, y el hombre y la mujer son reconocidos como una sola carne mientras ambos vivan. 

Jesús señaló esto al tratar el tema del divorcio con los Fariseos. Él les explicó que nadie tiene la autoridad para disolver esta unión, la cual ha sido sancionada por Dios. “Así que, no son ya más dos, sino una carne: por tanto, lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre” (Mt. 19:6). Jesús continúa, “…por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fué así” (Mt. 19:8). 

Durante la época del apóstol Pablo, el plan de Dios para el matrimonio necesitaba una vez más aclaración. La ley romana permitía el divorcio mediante una simple declaración de que ya no existía afecto en el matrimonio. El divorcio y el recasamiento se convirtió en una práctica común a través de todo el imperio. Algunos investigadores estiman que la tasa de divorcios en la época de Pablo era del cincuenta por ciento.  

Pablo, al abordar el tema, escribió: “Porque la mujer que está sujeta a marido, mientras el marido vive está obligada a la ley; mas muerto el marido, libre es de la ley del marido. Así que, viviendo el marido, se llamará adúltera si fuere de otro varón; mas si su marido muriere, es libre de la ley; de tal manera que no será adúltera si fuere de otro marido” (Ro. 7:2, 3). Pablo explica a los Romanos que la muerte del cónyuge liberaba a la persona para casarse de nuevo, y la persona que se casa bajo estas circunstancias no se consideraba estar en adulterio siempre y cuando que la persona con la cual se va a casar no tenga compañero vivo. 

Pablo también escribió a la Iglesia de Corinto sobre el mismo tema: “Mas a los que están juntos en matrimonio, denuncio, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se aparte del marido; Y si se apartare, que se quede sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no despida a su mujer” (1 Co. 7:10, 11). La instrucción de Pablo a las parejas casadas de la Iglesia de Corinto concuerda con el mandato de Jesús sobre el divorcio. El divorcio no forma parte del plan de Dios. Sin embargo, Pablo, entendiendo que el divorcio no se podía evitar en muchos casos bajo la ley civil, señaló que si el divorcio ocurre, la persona debe permanecer soltera o reconciliarse con su cónyuge. 

Fornicación: La Causa Justa para el Divorcio 

La única excepción permitida para casarse con otra persona después del divorcio es la fornicación. Jesús dijo: “… el que repudiare a su mujer, fuera de causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casare con la repudiada, comete adulterio” (Mt. 5:32). 

En muchos casos, la fornicación es malinterpretada como un permiso para volver a casarse debido a la infidelidad del cónyuge. Sin embargo, un análisis cercano de las Escrituras revela que la Palabra de Dios da una descripción muy precisa y definida de la fornicación. 

El pecado de fornicación es definido por el apóstol Pablo en 1 Corintios 7:2: “Mas a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su mujer, y cada una tenga su marido”. Uno no puede tener su propio cónyuge si esa persona ya forma parte de una relación de una sola carne la cual Dios unió. No hay manera bajo el cielo que uno pueda unirse en una sola carne en estado de fornicación. 

La definición de fornicación, en relación con la situación matrimonial, es bastante simple. Dado que Dios nunca ha reconocido el divorcio, uno no puede legalmente repudiar a su cónyuge ante los ojos de Dios. Si la infidelidad fuera una razón legítima para divorciarse, uno podría deliberadamente ser infiel para provocar el divorcio del otro, creando así una causa. 

Recuerde, Jesús explicó a los Fariseos, “… por tanto, lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre” (Mt. 19:6). Quien se une a una persona divorciada se une, por lo tanto, al cónyuge de otra persona. Este arreglo matrimonial es inapropiado y no es reconocido por Dios. Una persona soltera que se casa en estas circunstancias es libre de solicitar el divorcio y casarse con alguien que no tenga un cónyuge vivo. Pablo explicó además, “La mujer casada está atada á la ley, mientras vive su marido; mas si su marido muriere, libre es: cásese con quien quisiere, con tal que sea en el Señor” (1 Co. 7:39). 

Es evidente, a través de cada uno de los versículos bíblicos mencionados, que una persona casada o unida a una persona con un cónyuge vivo estaría en fornicación. Pablo, al escribir a los Corintios, da instrucciones específicas a la Iglesia con respecto a un miembro en fornicación: “Os he escrito por carta, que no os envolváis con los fornicarios. No absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería menester salir del mundo” (1 Co. 5:9,10). Pablo le recordó claramente a la Iglesia que no se refería al pecado en el mundo, sino al pecado dentro de la Iglesia. Inmediatamente instruyó a la Iglesia a desligar a esa persona impía. 

El Pecado del Adulterio 

El pecado del adulterio puede manifestarse de dos maneras. Primero, es la infidelidad o la concupiscencia sexual. Jesús dijo, “Mas yo os digo, que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt. 5:28). 

Segundo, Jesús explica claramente la situación en la que se encuentran las personas cuando se divorcian y se vuelven a casar: “Cualquiera que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera: y el que se casa con la repudiada del marido, adultera” (Lc. 16:18). Las palabras de Jesús también están registradas en otro de los cuatro Evangelios: “Y si la mujer repudiare a su marido y se casare con otro, comete adulterio” (Mr. 10:12). 

En el mundo secular, se permite el divorcio por infidelidad, deslealtad o una aventura amorosa del cónyuge. Mientras esto constituye adulterio, no es bíblicamente correcto conceder el divorcio por tales motivos. “… por tanto, lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre” (Mt. 19:6). Pablo escribió: “¿O no sabéis que el que se junta con una ramera, es hecho con ella un cuerpo? Porque serán, dice, los dos en una carne” (1 Co. 6:16). 

Conclusión 

Cuando un hombre y una mujer se unen en santo matrimonio, se intercambian los votos matrimoniales ante la autoridad apropiada. Dios reconoce esta autoridad y escucha los votos intercambiados. Un voto ante Dios es muy sagrado. El Antiguo Testamento declara: “No te des priesa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra. Por tanto, sean pocas tus palabras. Porque de la mucha ocupación viene el sueño, y de la multitud de las palabras la voz del necio. Cuando a Dios hicieres promesa, no tardes en pagarla, porque no se agrada de los insensatos. Paga lo que prometieres. Mejor es que no prometas, y no que prometas y no pagues. No sueltes tu boca para hacer pecar a tu carne; ni digas delante del ángel, que fué ignorancia. ¿Por qué harás que Dios se aire a causa de tu voz, y que destruya la obra de tus manos?” (Ec. 5:2-6). 

Muchos usan la excusa de que no podían conocer de antemano las circunstancias de su matrimonio. Sin embargo, así como Jefté hizo un voto precipitado y tuvo que sacrificar a su propia hija (Jueces 11:30-40), somos responsables de nuestros votos, incluso si se hicieron en circunstancias indeseables. Mientras que la ley humana permite el repudiar a su cónyuge por cualquier causa, la Palabra de Dios responsabiliza al hombre por los votos que ha hecho.